26 julio, 2019
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«Con Güere aprendimos a luchar»

 

*Por Serena Plaza, prima de Güere Pellico y comunicadora de la Asamblea Poderosa de Los Cortaderos, Córdoba. 
Estos días han sido difíciles para mi familia y mi barrio. Estuve esquivando preguntas directas a mi tía Curu, su mamá, para no abrirle más el dolor que nunca cierra. Ella siempre nos cuenta sobre los últimos mates con Güere o sobre el día en que él llegó tan contento a mostrarle los diez curriculums para cambiar de trabajo y había sacado un montón de copias porque iba a repartir en varios lados. A sus cortos 18 años el era así, se dedicaba a lo que se proponía, desde ahorrar para amoblar su pieza hasta comprarse su motito.  
Hace un tiempo se nos ocurrió pintar la casita donde solíamos tener reuniones entre jóvenes, la habíamos apodado “El pasatiempo”. A él le encantaba ir al grupo de jóvenes, sabía venir cansado después de trabajar, pero estaba siempre ahí. Hicimos un mural junto a Freddy Barbosa, un pintor, Güere y otros pibes más. Pintamos dos pibes, el canal que atraviesa el barrio, y -jugando con la imaginación- dibujamos a los peces del canal con gorras azules como si fueran policías y un puño que los “atrapaba o cazaba”, como solían hacer ellos. Después de ese mural pensamos hacer un festival para presentar una radio abierta que sería propia del barrio, de los pibes y las pibas, y decidimos que uno de los locutores sería Güere. Tan entusiasmado estaba que esa tarde le decía a su mamá: “Curucha, Curucha, voy a ser locutor”. Esperábamos inaugurar la radio ese sábado 26 de julio.
Es duro recordar, aunque nunca olvidaremos lo que pasó ese fin de semana. Cinco años hacen ya desde que Lucas Chávez y Rubén Leiva, en vez de cumplir con su tarea de proteger a nuestra gente, mataron por la espalda a nuestro Güere. Hirieron también a su primo, Maxi, quien tuvo que oír su desesperado pedido de que “no lo dejara morir”. Todo, absolutamente todo pasó sin dar voz de alto, y sin poder imputarles ni un solo delito. Solo habían visto un partido de fútbol en la casa del abuelo, y de un instante a otro se volvió un nuevo caso de gatillo fácil, que le quitó a Güere la posibilidad de cumplir sus sueños. 
El comportamiento abusivo del sargento Leiva era cotidiano, siempre verdugueaba a los pibes que frenaba en la calle, por eso le habíamos puesto “la Loba”. Hacía “cacerías” con los jóvenes para no dejarlos salir del barrio sin que se los llevaran detenidos, y así pasaban varios días presos, y hasta fines de semana enteros, si a él y a toda la institución policial se les antojaba. 
Como nadie nos ampara, y todo lo que vivimos nosotros parece invisible, no es fácil mostrar la realidad que pasa en los barrios, los abusos que cometen los policías acá. Muchas veces todo queda en la nada porque con el hostigamiento te obligan a quedarte callado: te amenazan y vos no podés reaccionar.
Cuando pasó lo de Güere todo el barrio estuvo de duelo. A él lo mataron el viernes a la madrugada, el domingo lo enterramos y el lunes decidimos hacer una marcha. Ese día hicimos carteles con lo que encontramos y escribimos a mano lo que queríamos expresar. Ese día también les exigimos a los noticieros que asistieran a la marcha, y que no dijeran que había sido un enfrentamiento, como decían siempre.
Sabíamos  que no era fácil. Muchas veces mi propia familia y yo habíamos creído las mentiras que nos decían desde algunos medios sobre lo que pasaba con muchos pibes. Hasta que nos pasó a nosotros, en carne propia. En ese momento nos replanteamos todo, porque sabíamos que la verdad era otra. Han silenciado a demasiadas familias que pasaron por lo mismo con la policía. Güere nos enseñó un montón de cosas, por sobre todo a luchar, a nosotros, al barrio entero, a todos.
Después de más de dos años de llevar la causa adelante, logramos la condena perpetua de los autores materiales el 27 de diciembre de 2017. Ese día fue la primera vez que dos policías de la provincia de Córdoba acusados por gatillo fácil recibían la condena máxima. Y aunque sabíamos que la cárcel no nos iba a devolver a Güere, y que no da ninguna solución estructural, lo celebramos.
Hasta ese momento les resultaba muy fácil simular un enfrentamiento y que la justicia lo avale para que todo quedara en la nada, en lugar de reconocer que habían matado a otro pibe. Por eso pensamos que después de la condena podríamos descansar, que nuestro barrio tendría paz, que dejaríamos de sufrir la persecución policial. Pero no. Cuatro días después mataron a Raúl. Y 27 días después se lo cargaron a Pavito. La represión no paró en ningún momento en nuestro barrio.
Nuestros sueños, en lugar de acabarse, se transformaron. Él y ellos nos hicieron dar cuenta de que teníamos que unirnos y dejar de soportar tanto abuso de la policía. Tuvo que ser con ese precio tan alto pagado con sus propias vidas, con una falta y un dolor que nos quedan para siempre.  
Por ellos seguimos. Y seguimos así, de la mano de todas las madres, codo a codo con nuestras vecinas y vecinos, unidos todos en lucha para que no pase nunca más, porque ellos nos enseñaron que nunca más nos vamos a callar.

 

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