22 mayo, 2019
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«La vida de Iago no vale dos tazas de un auto»

 

* Por Rolando Ávalos, papá de Iago Ávalos, asesinado en Hurlingham por José Pérez Buscarolo, subcomisario de la Policia Federal.

 

El 12 de mayo del 2017 estaba trabajando en Palermo cuando me llamó mi hijo Alan y me dijo: «¡papá, vení que mataron a Iago!». Ni siquiera recuerdo como volví, había ido en la camioneta pero solo atiné entre llantos a tomarme el tren a Hurlingham. Ese viernes Iago no tenía escuela así que salió de casa al mediodía con su amigo Nicolás a comprar unos repuestos para arreglar dos motos. En el camino de vuelta vieron un auto estacionado con las dos tazas de las ruedas flojas, y como travesura, se las sacaron. Hicieron ocho cuadras y el conductor del mismo vehículo, que los venia siguiendo, los chocó para encerrarlos. Era José Ernesto Pérez Buscarolo, Subcomisario de la Policía Federal, que de civil empezó a disparar frente a una escuela en el horario de salida. De hecho fueron los mismos directivos los que resguardaron a los alumnos dentro de la institución y dieron aviso a la policía. 

 

Nicolás se bajó del auto para devolverle las dos tazas y le dijo «disculpá, fue solo una picardía». Se volvió a subir asustado y continuó manejando unas cuadras más con Buscarolo persiguiendolos. Hasta que se dio cuenta que Iago quería decirle algo pero no emitía sonido. Vio un agujero en su campera y cuando le corrió la ropa se di cuenta que estaba herido. La bala del cobarde había impactado por la espalda. Nicolás detuvo el auto y bajó a Iago intentando socorrerlo. Iago se cubría la cara en señal que no les dispare más y le dijo a Buscarolo: «Flaco, llevame al hospital que me muero». Pero el oficial se negó a llevarlo y entre insultos no paraba de decirles «me cagaron la vida» cuando él acaba de arrebatarnos la de mi hijo. Cuando llegamos Iago ya había muerto dentro de la ambulancia y no nos dejaron verlo. A su amigo lo retuvieron en la comisaría hasta la noche mientras lo verdugueaban y le decían: «¡un caco menos, vos también deberías estar muerto!».

 

Iago era el menor de 6 hermanos. No tenia necesidad de trabajar pero era un pibe inquieto y curioso desde chico. A los 10 años agarró un motor y se lo adaptó a su bicicleta, desde entonces era conocido como el primer pibe del barrio con bicimoto. Su habilidad para reparar todo lo que caía en sus manos me llenaba de orgullo. Aprendía solo, mirando, investigando, desarmando electrodomésticos en vez de salir a jugar con sus amiguitos. Así a sus 17 años ya era un reconocido mecánico de motos y autos, aunque lo hacia mas por vocación porque a la mayoría no les cobraba nada. El vivía para ayudar y hacerle favores a los demás, así era Iaguito. Es por eso que no nos sorprendió que en su velorio hubiera cinco cuadras de cola con gente que ni siquiera conocíamos.

 

Para Iago no había nada imposible, todo lo podía arreglar. Tenía un gran futuro por delante y soñaba con ser mecánico de aviones.

 

No tuvimos tiempo ni de hacer el duelo, siempre luchando contra lo injusto de todo este proceso, como si no fuera suficiente que te maten un hijo. A Buscarolo se le otorgó el beneficio de prisión domiciliaria, concedido por la jueza de Garantías Lucia Casabayo y confirmado por la Cámara de Casación, como un recurso de la defensa y con un dudoso certificado médico. El juicio, conformado por un jurado popular, comenzó hoy Miércoles 22 de mayo a cargo de la Jueza Andrea Bearze en el TOC N° 6 de Morón.

 

Ya está comprobado que Buscarolo lo asesinó. Por lo que claramente no le cabe otra pena que cadena perpetua y tenemos fe que el jurado entenderá lo mismo: que semejante desprecio por la vida, por un pibe que no vale dos tazas de un auto; ni tampoco la de cientos de pibes que arriesgó a la salida de una escuela, merece una condena justa porque es un peligro para la sociedad.

 

Esa foto es de nuestra última navidad todos juntos.
Una foto familiar que ya nunca volverá a ser igual.