11 enero, 2019
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¡Me arrancaron a mi hijo!

 

Por María Laura Guillaza, madre de Agustín Ricardo Cruz, asesinado por Matías Ezequiel Rodriguez, policía de la Ciudad.

 

 

Agustín era un pibe como cualquiera, iba de acá para allá con los amigos y con la novia. Como todo chico de 17 años, andaba con la vicerita, con los tatuajes, pero no era un criminal. La noche del 29 de diciembre en Monte Grande, Matías Ezequiel Rodriguez, un policía de la ciudad, vestido de civil, lo asesinó: ¡sin importarle que era sólo un chico!

 

 

Según él, Agustín quiso robarle la moto pero mi hijo estaba de espaldas cuando le dispararon, y hasta ahora el único testigo es la pareja del oficial.

 

 

Apenas me enteré, fui volando hasta al hospital Santamarina, en Monte Grande. Ahí estaba mi hijo, en la guardia. Me dijeron que había recibido un disparo en la cadera. Tras dos horas de insistencia, lo llevaron a terapia intensiva y me dijeron que estaba muy mal, que tenía muy pocas chances de sobrevivir por el disparo que impactó en su nuca, pero antes me habían dicho que sólo recibió un tiro, ¿por qué no lo llevaron antes a terapia? ¿cómo nadie me dijo cuántos disparos recibió?

 

 

A las 6.30 de la mañana, desde el hospital me dijeron que tenía que ir a buscar un cd al Hospital Gandulfo,en Lomas de Zamora, para hacerle una tomografía y ver si lo podían operar. Fuimos a buscarlo rapidísimo y se lo llevamos. Un rato más tarde, alrededor de las 8.30 de la mañana, me dijeron que Agustín había fallecido a las 5.50 hs, ¿por qué me mandaron a buscar un cd si mi hijo estaba muerto? ¿por qué jugaron conmigo?

 

 

Después de enterarnos que falleció, nos dieron mil vueltas, teníamos que hacer trámites en la morgue, en la fiscalía, en desarrollo social y en el registro civil para llenar un montón de papeles sin sentido, y por el feriado de año nuevo, recién nos entregaron el cuerpo el jueves pasado, cuatro días después de su muerte. Recién este viernes a la mañana pudimos sepultarlo.

 

Agustín era todo para mí. Acá en el barrio todo el mundo lo quería, porque era muy respetuoso. Le encantaba el taekwondo, deporte que hizo desde chiquito y que lo hizo viajar mucho, ¡un cinturón le faltaba para ser profesor! No me entra en la cabeza cómo me lo pudieron haber arrancado, ¿ahora cómo hago para vivir sin él? Nos destrozó a todos, no le importo la vida de un pibe y no sabe cómo es que te desgarren por dentro, que te saquen a un hijo que recién empezaba a vivir.  Él no es el primer chico que muere en manos de las fuerzas de seguridad, ni el último del año, pero no vamos a descansar hasta que se haga justicia.