1 diciembre, 2018
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Ni una empobrecida menos, ¡justicia por Carla!

 

 

* Por Dora Isabel Martínez, 56 años, madre de Carla Vanesa Rivas, quemada viva en su propia casa a sus 33 años. 

 

Era 1° de diciembre de 2017, pasadas las tres de la tarde mi hija dormía la siesta en su hogar, ubicado en Barrio Chalet, ciudad de Santa Fe. Juan Eduardo Bovino llegó hasta ahí en moto junto con su pareja Alejandra. Entró violentamente, roció todo el lugar con nafta y lo prendió fuego, mientras Alejandra lo esperaba en la puerta para escaparse juntos. En el lugar también estaban los tres hijos de Carla, de 14, 17 y 20 años. Los dos mayores se escaparon por sus propios medios y el menor fue rescatado por un vecino, que rompió una puerta para sacarlo. Mi hija quedó atrapada en su habitación.

 

La casa de Carla está a tres cuadras de la mía. Al enterarnos gracias al aviso de Aldo, un vecino, fuimos corriendo. Estaban todos los vecinos y vecinas, la policía, los bomberos y una ambulancia. Quise entrar pero no me lo permitieron, sólo me informaron que mi hija había fallecido. No lo podía creer. No tuve ni tiempo de reaccionar; tenía que ir a ver a mis nietos que estaban internados. Ahí empezó un periplo espantoso, de un hospital al otro, y recién empezábamos a lidiar con una «Justicia» bastante sorda. 

 

Desde el momento en el que «comenzó» la investigación tardaron muchísimo tiempo en detener a Bovino. La fiscal, Ana Laura Gioria, pensaba que él se encontraba preso por otro delito. Nos dimos cuenta de que estaba libre porque los chicos lo veían por la calle, y en el barrio era conocido. Se lo dijimos a la fiscal y recién ahí lo empezaron a buscar. Dos meses estuvieron para encontrarlo, mientras en el barrio se lo seguían cruzando. La hipótesis que manejaba la fiscal era que estaba en Rosario, pero finalmente lo encontraron en barrio Centenario, al lado de Chalet, en una dirección que pasamos nosotras.  

 

Hubo dos detenciones y tres ruedas de reconocimiento en el plazo de cuatro meses. Antes de la primera rueda, Bovino se escapó por un ventiluz de Tribunales, al lado de una sala llena de policías. Luego de la fuga, estuvieron dos meses para volver a ubicarlo, con el peligro que eso significaba para mis nietos, que eran testigos. Cuando finalmente lo hallaron, iba caminando junto a Alejandra por el norte de la ciudad. Ella, que lo esperó en la moto el día del asesinato, todavía está libre. Tras la segunda dentención, lo trasladaron a la Cárcel de Coronda. Cuando finalmente se hizo la imputativa, la fiscal relató los hechos y el defensor pidió que le den la domiciliaria ¡a cinco cuadras de donde viven los chicos! La jueza, Sandra Valenti, entendió que no era prudente y se lo llevaron a la Cárcel de Las Flores. Se pidió cadena perpetua. 

 

Carla nació cerca de la Costanera, y a sus 10 años nos mudamos a Barrio Chalet. Tenía un problema de maduración. Mi hija era una excelente persona, no se peleaba con nadie y siempre estaba dispuesta a ayudar a la gente. 

 

Bovino solía frecuentar la casa y era cercano a la familia de mi hija. Domingo, el concubino de Carla, sostiene que hay que investigar la causa bajo la carátula de trata de personas; él denunció al 911 que en varias oportunidades Juan y Alejandra habían engañado a Carla para llevarla a Recreo, una localidad cercana, para explotarla sexualmente. La retenían allí, le sacaban los documentos y no la dejaban volver a su casa. En una ocasión, Domingo, ya alertado de esto, al llegar a su casa tarde luego de trabajar y no encontrar a Carla allí, fue hasta Recreo a buscarla.

 

En concreto, la investigación no avanzó mucho. Actualmente, continúa en la etapa de instrucción. Él es el único acusado, y la carátula de la causa es homicidio. La fiscal dice que no puede constatar un femicidio, cuando hay hechos que ni siquiera investigó, como los relatados anteriormente. Aunque Gioria no nos quiera escuchar, con más razón nos vamos a organizar para que se sepa de la complicidad Judicial ¡acá se tiene que investigar! 

 

Afortunadamente el Frente de Géneros de La Poderosa me ayuda y acompaña, porque antes me encontraba sola. El Estado no estuvo nunca a nuestra disposición. Tenemos que andar persiguiéndolos. Todavía sigo esperando que me ayuden con la casa, que tiene varias secuelas del incendio. Los chicos siguen viviendo ahí, así que el día que se caiga algo, será su responsabilidad. Los de Protección al Testigo, por su parte, me llaman todos los días para ver si hay alguna novedad, pero nada más, ¿cómo se supone que te van a proteger por teléfono? Sobre todo porque Alejandra sigue libre, ahora no sabemos dónde vive, pero creemos que anda por Barrio San Lorenzo, que está al lado de Chalet, como si nada.  

 

Yo creo que a la Justicia no le interesa para nada el caso, porque hace doce meses que nos da la espalda. Para ellos es una «mujer pobre más». Por mi hija y por todas las mujeres de los barrios tenemos que gritar. Ya sé que Carla no vuelve más, pero con los culpables condenados voy a poder dormir en paz. ¡Para las mujeres empobrecidas, también justicia!

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