11 diciembre, 2017
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En memoria de mi hijo, acompaño a otras madres en la lucha y en el dolor

 
 
 
* Por Emilia Vasallo, mamá de Pablo “Paly” Alcorta, asesinado por Diego Ariel Tolaba, de la Policía Bonaerense.
 

Pasó otro 6 de diciembre y por esta época vuelvo a revivir en mi cuerpo la pesadilla que empezó el 18 de mayo de 2013, cuando Pablo fue fusilado de un tiro en la cabeza. Desde entonces tengo mil preguntas sin respuestas, pero hay una que está clarísima: Diego Ariel Tolaba, oficial de la Policía Bonaerense, es el responsable de que hoy no esté. Porque si mi hijo robó, debería estar cumpliendo una condena de prisión, no de muerte.

 

Aquel día la policía bonaerense fue a mi casa a avisar que debíamos llevar el documento de Pablo a la comisaría, en donde supuestamente estaba detenido, pero no estaba allí. Esperamos durante más de cuatro horas para que nos dieran respuestas y nadie nos decía qué había pasado. Hasta que un oficial se acercó y nos comunicó que Pablo estaba en el Hospital Posadas.

 
De inmediato fuimos a verlo y estaba ahí, acostado, delicado, peleando por su vida. Los primeros momentos fueron cruciales y pese a la gravedad de las heridas que sufrió, volvimos unas semanas a casa para que se recuperase. A los pocos días su situación empeoró de nuevo, porque perdía líquido cefalorraquídeo por la nariz y tuvimos que internarlo. A partir de ese momento y durante siete meses mi hijo luchó contra la herida de esa maldita bala policial, pero no pudo sobrevivir. 
 
 
Pablo era un pibe de esos que quisieras tener de amigo, hermano, nieto. Desde chico buscó la manera de ayudar en casa. Todos los días levantaba a “las mellis”, sus hermanitas, les hacía las trencitas en el pelo, les preparaba el desayuno y las llevaba a la escuela, porque él iba de noche. Después de acompañarlas, cortaba el pasto a domicilio hasta que a los 16 años consiguió laburo en una fábrica de cables.  Lo que más le gustaba hacer era jugar a la pelota en la canchita que está a la vuelta de casa, ese era su lugar. Allí lo recordamos con un mural en su homenaje.  
 
 
Después de que Diego Ariel Tolaba, sin dar la voz de alto, le disparara a Pablo tres tiros impunemente, empecé a militar para pedir justicia por todos los pibes asesinados por la policía. En estos años pude ver con tristeza cómo aumentó la violencia institucional contra nuestros jóvenes. Antes los mataban cada 28 horas y ahora cada 25. Por eso nos unimos con otras madres de victimas de gatillo fácil, nos organizamos y día a día acompañamos a tantas familias en el dolor, pero también en la lucha, porque el Estado te deja sola y sin saber adónde acudir. 
 
 
Hace más de cinco meses que no podemos ver la causa en la que se investiga el homicidio de Paly. La Fiscalía n° 6 de Morón, a cargo de Silvina Bonini, desde el primer día entorpeció la investigación y lo sigue haciendo hasta hoy. Los registros de la cámara de seguridad ubicada en el lugar donde mataron a Pablo desaparecieron misteriosamente, por eso exigimos a la Fiscal que investigue como debe, o que se corra y deje de encubrir. Mientras tanto, Diego Tolaba sigue prestando servicio en la Policía de la Ciudad con un fierro en la cintura.
 
 
La lucha no termina con Tolaba preso porque mi hijo ya no puede volver, pero lo que me interesa es que no haya otro Pablo, otro Luciano Arruga, otro Facu Rivera Alegre, otro Diego Solano, otro Carlos Painevil, otro Santiago Maldonado, otro Rafita. Eso se consigue con condenas justas para los asesinos, porque puede cambiar el gobierno, pero las prácticas represivas no son de una gestión en particular.
 
 
Hasta que cambiemos al Estado, no vamos a parar.