1 septiembre, 2017
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«La ternura no desaparece»

 
* Por Eliana Sol Cossy,
amiga de Santiago Maldonado. 

El 4 de agosto escribí un poema para la búsqueda, el 20 de agosto otro como plegaria. Hace bastante no rezaba, es decir, hace bastante que la desolación no me invadía hasta romperme para volver a llevarme a este lugar de súplica.

Escribo y leo una y otra vez “Santiago Maldonado está desaparecido desde el 1 de agosto”. Así empieza casi todo para mí desde hace 30 días, pego carteles en puertas donde suelo pasar habitualmente, a veces o a las que nunca había visto. Desde que Santiago no está, el mundo cambió.

11 de agosto en Plaza de Mayo, tomé el tren como siempre, todas las estaciones eran iguales. A todas les faltaba Santiago, en todas me dolía, quizá como si una parte de mí hubiese creído lo que dijeron de él: que se había ido por ahí y que mágicamente iba a aparecer. Pero sé que Santiago no se fue por ahí, porque nunca tardó más de un par de horas en contestar un mensaje. No es que les crea, que no se equivoquen los siempre dueños de espejitos de colores y cajas de música. No les creemos. Esos segundos que me invaden no son ni más ni menos que esta esperanza agarrada a la carne, a la voz, al cuerpo que me tiembla. Es la esperanza que me arde, a veces imposible de soportar sobre el cuerpo y otras veces encargada de levantar todo a su paso. Santiago no se fue a ningún lado solo, a Santiago se lo llevó del territorio de Cushamen la Gendarmería Nacional. Y es Gendarmería Nacional y la ministra Patricia Bullrich los que tienen que devolverlo como se lo llevaron: ¡Vivo! Con sus palabras de hombre, sus dibujos de pibe y las anécdotas de los viajes en el cuerpo.

Miro por la ventana, fijo la mirada en los umbrales, porque así fue una vez. Cierro los ojos y lo veo cruzar la puerta. Conocí a Santiago en El Bolsón, llegamos juntos por caminos distintos, amigos en común nos acercaron. En ese primer encuentro cenamos verduras, porque es vegetariano, y mientras cortaba zucchinis hablaba del cosmos y su influencia en las personas, o algo así. Dijo su nombre una vez, después siempre fue El Brujo. Si alguien me pregunta ahora dirá que no le presté atención, no quiero jurar nada porque sé que es pecado, pero confieso que su mirada tenía palabras propias.

¡Aparición con vida ya! La cara de Santiago repetida, sostenida por infinitas manos, levantadas a distintas alturas, porque el cielo no está al alcance de todos. Él estaba en la Lof de Cushamen por una razón: conocía la lucha de la comunidad. El pueblo Mapuche, como todos los pueblos pre-existentes a la conquista y al Estado argentino, pelean por su derecho a ser, a construir una vida con una dignidad que los incluya. Porque si la dignidad no es para todos, es propaganda.

¡Militante! ¡Militante! Acusaban los medios. Otra vez cerré los ojos. Esta vez, cuando los abrí, el Brujo no caminaba conmigo a las nueve de la noche por Puelo diciéndome que disfrute de las estrellas pegadas en la oscuridad, que no hacía tanto frío. Esta vez, Santiago estaba siendo desnudado de su humanidad, de sus partes de amigo, amante, hijo, sobrino, primo, estudiante, mochilero, hermano, dibujante, creyente&ateo, brujo&lechuga. Lo desarman frente a los que lo amamos. Una vez alguien preguntó en la estación Manuel Alberti qué era un militante, imagino que por unos pibes que panfleteaban una actividad del Ni una Menos. Me metí casi sin querer. Un militante es alguien que construye vínculos, que entiende que la única manera de cambiar algo es poniendo de sí. Un militante encuentra las causas que conocemos todos y no las esquiva. Hay militantes partidarios y no partidarios. Para mí, El Brujo es un militante de la ternura. Él ponía el cuerpo sin banderas ni partidos políticos. Hablando con todos, porque no había quien pudiera callarlo, pintando murales, escribiendo, improvisando hip hop. 

Ahora veo su foto recorrer lugares, y lloro y callo y me enojo y me río llorando de vuelta en este círculo del no saber. ¡Dijeron tanto de vos Brujo, pero no hablaron de tu ternura! Las noticias que lo desarman para armarlo de trincheras y guerrillas no informan de sus palabras, de sus dibujos en las manos y en el cuerpo, de sus amigos que lo van a seguir pintando y escribiendo, porque lo habitamos y así da batalla la ternura. Una vez más ellos tienen las armas y nosotros a nosotros. Y acá estamos. Con banderas que lo reclaman vivo, porque vivo lo llevaron. Con versos que abandonaron la rima y las palabras complacientes para construir puertos donde vuelva, donde las pintadas no lo dejen desaparecido. Lo escribimos en silencio y en el ruido, para que nadie olvide su nombre, y lo pintamos en las paredes porque nos falta en el abrazo y nos duele en el cuerpo.