26 febrero, 2017
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«ME PEGARON UN TIRO EN EL CORAZÓN»

 

* Por Laura Cortez, madre de Franco Amaya, asesinado por la Policía de Carlos Paz.

 

¿Cómo voy a seguir ahora? Sin leer sus mensajes. Sin escuchar su skate. Sin sentir su tranquilidad. Sin despedirlo a las 8, «porque hay que ir a trabajar». Sin él. Sin mí. Franco, junto a su hermano Luciano, era todo para mí. Y este 4 de marzo, con 18 añitos, se iba a recibir de peluquero. Pero no sucederá, porque no lo dejaron. Le pegaron un tiro. Y me lo pegaron a mí, destrozándome la mitad del corazón.

 

Iba en la moto con su primo, hace tres días, a la madrugada, cuando no llegaron a frenar en el punto justo del control vehicular, porque los frenos tardaron en reaccionar. Y entonces el suboficial Rodrigo Velardo Busto, ahora detenido, creyó hallar motivo suficiente como para disparar, haciendo uso de la misma impunidad que le permitió a José Villagra, como superior del operativo, negarse luego a pedir una ambulancia, durante la media hora que Franco agonizó en el suelo. Hoy, apenas está imputado.

 

Y mi hijo está enterrado.

 

Si no hubieran estado Agustín como testigo, ni el resto de las personas que filmaron la secuencia, todo hubiera sido muy distinto, porque seguramente les hubiesen inventado cualquier causa. De hecho, a pesar de las evidencias que saltaban a la vista, muchísima gente que se acercó al lugar declaró cómo los efectivos buscaban mover los conos para armar una escena ficticia, que los habilitara a simular que mi hijo se había querido escapar.

 

Desde siempre, como todos los jóvenes de Córdoba, por culpa del maldito Código de Convivencia, los chicos le tuvieron y le seguirán teniendo miedo a la Policía, esa reconocida asociación ilícita que los hostiga y los desprecia, tratándolos de vagos, de chorros, de drogadictos. Son infinitos los casos, en las plazas, donde llegan y les sacan la gorra de una cachetada, forzándolos a tener que agachar la cabeza. Y yo siempre me pregunto por qué. Si no les gustan las gorras, que no las miren. A nosotros tampoco nos gustan sus gorras, pero no se las tocamos, ni nos comportamos cobardemente.

 

Pero La Policía no sabe respetar a nuestra gente.

 

Yo no quiero visitar ninguna comisaría, porque no me interesa conversar nada con esa elite mafiosa, que ahora cambia de jefe para simular una falsa renovación, como si no estuviera podrida toda la institución.


Sólo quiero que vayan presos los responsables.

 

Que haya Justicia, que no mientan más.

 

Y que vos, hijo mío, puedas descansar en paz.

 

 

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