3 enero, 2017
, Uruguay

A la memoria de Amalia Mercader

Por Pablo Chargoñia, abogado en Derechos Humanos, integrante del Observatorio Luz Ibarburu.

 

Querida Amalia:

 

Tal vez fue la segunda o la tercera vez que te vi. Nos citamos en un bar frente a la Plaza Independencia. Era un día del año 2001. En unos minutos cruzaríamos hasta el Palacio Estévez donde funcionaba la Comisión para la Paz -tanto ruido, tan pocas nueces- a entrevistarnos con un señor importante que no tenía nada para decirte. Esa vez y otras veces me contabas de Carlos Alfredo, tu hijo soñador y solidario, tu hijo sonriente y generoso, tu hijo desaparecido en Lanús en octubre de 1976. Cómo puede haber tanta energía, pensaba, en esta mujer que carga con este dolor inmenso.

 

Nunca te vi flaquear, aunque tus ojos se humedecieran al final de la conversación, justo en ese momento en que me decías que no vivirías para siempre, que el tiempo pasaba y que querías encontrarlo antes de morir.

 

Creo que fue en 2006, cuando algunas pocas bestias de Orletti estaban procesadas, que me contaste más cosas de tu vida. Sillas rotas, ambiente inhóspito, tiempo de espera. Estábamos en el juzgado penal de la calle Misiones. Esta Justicia absurda, enclenque y cobarde, no te merece Amalia. Acá nadie entiende nada, pensaba entonces como pienso cada vez en situaciones similares. Nadie entiende del dolor inconmensurable del familiar del desaparecido

 

¡El Estado secuestró al hijo de esta mujer, carajo!

 

Acá nadie entiende realmente. Pasaban los minutos ¿horas? esperábamos una audiencia que habíamos pedido para que se recibiera tu testimonio y el de tu hija Zolinda. Habías escuchado en la radio algún dato, un detalle mínimo referido a tu Carlos Alfredo Rodríguez Mercader y su vida de perseguido en Buenos Aires. Y esperabas el momento de decirlo, confiada en iluminar el lugar de tu hijo.

 

Me contaste de tu docencia en Santa Lucía, de los compañeros profesores, de los estudiantes, de la Universidad del Trabajo del Uruguay en la que trabajaron los dos. Minutos ¿horas? eran nada frente a los años mezquinos del silencio y la impunidad. Hasta que por fin nos llamaron y frente al juez… ¡No, el juez no estaba! Como es habitual, había encomendado a un funcionario que te tomara la declaración. Allí, repetiste tu historia dolorosa y valiente nacida del vientre asqueroso del Cóndor. Esa historia de nuestros pueblos depredados por el poder, la historia de tu hijo que no vive y que no muere. Acta, firma, expediente. Acá nadie entiende nada.

 

En esa foto que acompaña esta carta, estás con otra foto,    como la profesora junto al pizarrón. Con esa convicción docente de quien tiene fe en la humanidad, nos decís que si lo vemos, quizá podemos decir quién es. Si lo vemos por ahí…

 

Yo sé que donde estés, en tu reciente paso a la eternidad, seguirás exigiéndonos que nos rebelemos frente a la impunidad y la mentira. Que no dejemos que se salgan con la suya ni los terroristas de Estado ni el Estado impune y cómplice. Y que sigamos caminando con los ojos bien abiertos, por las calles de tu Santa Lucía, por las calles de Buenos Aires, por las calles de Montevideo, por cada rincón del mundo, buscando a tu Carlos Alfredo. Siempre.

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