5 septiembre, 2016
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El grito de Paola

Un día cualquiera, las embarriadas ruedas de La Poderosa se empantanaron frente a las embarradas zapatillas de Paola, justo sobre un charco en la Villa 21, para que un asambleísta recagado de frío decidiera zambullirse en su mate, en su historia, en su alma y en su calma. Adentro, el sol de la primavera cebaba otro tiempo, más tibio, más dulce. Y aunque la escasa iluminación de la casa se aferraba al invierno, los rayos que impartía la tele alumbraban el camino. Por única vez.

 

 

Eran los dibujitos que hipnotizaban a Gabriel, hasta que mamá cruzó la puerta, barriendo todos los restos de oscuridad. La miró. Lo miró. Y volvió a dar a luz. Pero no se detuvo. Decidida, estaba buscando algo, un tesoro escondido en esas coordenadas que sólo señala el mapa del delito. O el imbécil que lo dibujó. Abrigado contra la humedad y protegido del tiempo, el cofre tenía sueños, miedos, dolores, amores, desengaños, abusos… Poemas, poesías que florecieron entre cloacas, por todos y para nadie, desde que la literatura la rescató, de la impotencia, de la obediencia, de la resignación. Bien parada de manos, ante la gilada y sus tiranos, resistió erguida frente a toda amenaza, sostenida por la utopía del Che y por una madraza que en teoría se fue, pero sigue alumbrando sus sentimientos, desde la clandestinidad: Susana, otro rompevientos de dignidad.

 

Adolescente de la experiencia y de las chirolas que se ofrecían por cagar a los demás, Paola andaba pariendo coherencia, escribiendo un hijo a solas y dando pelea en paz. Olvidaba al olvido y perdonaba al perdón, para que se hiciera amigo de la urbanización, porque no toleraba los cables tirados, ni las tiras electrificadas, ni la sed de agua potable, ni el hambre de verdad. «Tal vez, ya militaba, pero no lo sabía. No tomaba conciencia, porque no estaba dentro de ninguna organización, pero sí, creo que era una militante igual». Como tantas de sus vecinas, pagaba las cuentas con cuentos, trabajando como niñera. O enfrentando al sistema de mierda, en los inodoros ajenos. De hecho, en los tiempos más duros, o menos durísimos, tropezaba todos los días en el comedor comunitario del barrio, porque el carro que tironeaba su mamá no alcanzaba para llevar la comida de todos. De vuelta en casa, cerraba la puerta, bajaba la persiana y habitaba otro universo, su familia. Pues todo afuera se veía siniestro, inabarcable y demoledor, incluido el barrio propio, que unas cuadras más allá parecía un barrio ajeno, casi tan ajeno como una oportunidad.

 

Aguantando el frío invernal, Pao supo cuidar la gestación de su próxima hija, La Garganta, una poderosa criatura que empezó a fecundarse aquella tarde, cuando decidió cerrar los ojos y apretar su acelerador: “Quiero ir a la asamblea de La Poderosa”. Allá salió. Y allá llegó, Paola, acompañada por Paola. Y por Paola. Y por más Paolas, una gran ronda de Paolas, bien distintas, pero casi iguales, congregadas en la inmensa necesidad de gritar a los cuatro vientos lo que nadie quería escuchar. Pero a los cincos vientos, algunas debieron claudicar. Y a los seis, algunas más. El laburo. La familia. El frío. Las responsabilidades. Los chicos. La villa… Por todo eso, Paola se quedó ahí. Para siempre.

 

Porque nos sobran los motivos, esa noche de Sabina en el Luna Park, ésa que aturdió a los dueños de Repsol y que retumbó en toda la prensa europea, ella resignificó todo ese entrenamiento en el más riguroso aislamiento, para que nadie le impusiera el tono, ni las preguntas, ni el vértigo de esas motos que van a mil. Paró de pecho al mundo. Y se lo regaló a Joaquín: “¿Cómo te sentís?”.

 

Lindo momento para humedecer la vista y domar el ego, pero no termina el cuento, sin la entrevista al Diego. No intentaba desconcertarlo, ni mostrarse original ante el juicio de un lector ocasional. Tan sólo quería saberlo, para poder conocerlo detrás del traje que encierra al personaje, cuando la prensa lo intenta maquillar. No se trataba de una persona. Se trataba de dos. Y entonces la entrevista fue una charla entre los de abajo. Y sí, además una entrevista del carajo.

 

Aun así, su reportaje preferido sigue siendo el primero, al Padre Pepe, un vecino, un amigo, un referente social y un ser humano extraordinario, que además es cura. Ante su investidura, como ante Sabina, Chizzo o el Indio Solari, la historia de Paola estuvo ahí, pariendo las palabras que la Villa 21 supo concebir, cuando Kevin todavía podía sonreír. Cuando Kevin, su sobrino, nos enseñaba a compartir. Cuando Kevin, su sobrino, nos hacía divertir. Cuando Kevin, su sobrino, no los dejaba mentir.

 

Pero ese día, el día D, el día de la muerte, el día de “la mala suerte”, el día que cada día crece, el 7 de septiembre de 2013, el día de la violencia institucional, el día de los 105 disparos de fal, el día de la prensa silenciada, el día de la zona liberada, el día de la cobardía, el día de la locura, la noche de la gendarmería, la noche de la prefectura, el día que gritamos Nunca Más, ese día hubo algo más, un abrazo de mil brazos que abrazó las noches más tristes, los días más largos, los arroces sin pollo, los panes sin picadillo, las mañanas sin desayuno y las lágrimas sin humedad… Muchas gracias, Villa 21, por hacerla realidad.

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