25 agosto, 2016
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Tu eterna victoria

Ustedes no se arrepienten, ¡nosotros los hacemos arrepentir! Un alarido agrietó las escaleras de los tribunales, devenidas en cataratas de humanidad. Temblaron como siempre, como nunca. Ni sus pasos, ni sus derechos, ni sus uniformes. Eran tus saltos, tus zurdos, tus multiformes. Por fin, el eco inagotable de tu campanilla, esa perla de la villa que jamás se pudieron robar, desplomó al Benjamín de la muerte y su grotesca jerarquía celestial, en el silencio sepulcral de ninguna catedral. No por nada, se llamó Victoria para los amigos, antes de llamarse Hilda para los enemigos.

 

Apenas había pasado un día de su último cumple, el 29 de septiembre de 1976. Pero qué le importaba a los esbirros asalariados de la muerte, si la piba estrenaba sus 26 años, si militaba en la villa, si tenía el descaro de soñar un mundo mejor. A ella, Vicky Walsh, que evidenciaba la miseria de los pobres y los ricos, había que secuestrarla, humillarla, torturarla y fusilarla, para que todo su terror, su infinito dolor, se multiplicara por miles, de millones, de meses, de pibes, de años, de viejos, de leyes. Dispuestos a todo, sus asesinos, verdugos de la propia dignidad, la acorralaron sobre la terraza, en una cacería humana que los milicos y Wikipedia llaman “el Combate de la Calle Corro”. Ni combate, ni calle, ni corro. Su compañero Alberto Molina apenas la miró. Y sin dudarlo un segundo, la acompañó.

“Ustedes no nos matan, ¡nosotros decidimos morir!”, gritó Victoria. Y se disparó un tiro en la sien. Su padre, para la humanidad, en la antesala de la eternidad, escribió. “En el tiempo transcurrido, he reflexionado sobre esa muerte. Me he preguntado si mi hija, si todos los que mueren como ella, tenían otro camino. La respuesta brota desde lo más profundo de mi corazón y quiero que mis amigos la conozcan. Mi hija pudo elegir otros caminos que eran distintos sin ser deshonrosos, pero el que eligió era el más justo, el más generoso, el más razonado. Su lúcida muerte es una síntesis de su corta, hermosa vida. No vivió para ella, vivió para otros, y esos otros son millones. Su muerte sí, su muerte fue gloriosamente suya; en ese orgullo me afirmo y soy quien renace de ella”.

A semejante testimonio, decidió llamarlo humildemente “Carta a mis amigos”, como quien llama “Carta Abierta a la Junta Militar”, al más revolucionario asalto a la mentira que ningún periodista haya emprendido jamás. Fruto del amor a su hija, volvió a nacer, para vivir hasta la victoria con el orgullo de haber germinado una vida para la utopía, una hija para las Madres, una historia para el futuro.

Sólo habían pasado seis meses de aquel día, cuando dieron con Norberto Pedro Freyre, en la intersección de las avenidas San Juan y Entre Ríos. Ya no lucía como ayer, cuando era Francisco Freyre, para investigar los fusilamientos de José León Suárez. Ni como antes de ayer, cuando era simplemente un escritor cargado de fuego. Bajo cualquier atuendo, cualquier cédula y cualquier identidad, Rodolfo Walsh resguardó su integridad, el único patrimonio que no pudo arrebatarle el Grupo de Tareas 3.3.2, dirigido por el perverso Tigre Acosta, ex teniente de la ESMA, donde hoy late nuestra redacción, aunque no pueda ir a conocerla. Ni él, ni sus amigos de La Perla.

Con su maletín, se llevaron su último cuento, “Juan se iba por el río”, un regalo para nosotros que seguramente terminó en el Pañol, esa feria americana de la Escuela de Mecánica de la Armada, donde se amontonaban los bienes apropiados por los males, tal como se amontonaba la riqueza en las arcas de la milicada cordobesa. A sus sombras, comenzaban a escribirse con lágrimas estos 22 expedientes, estos 581 testigos y estas 28 cadenas perpetuas. “Privación ilegítima de la libertad a 706 víctimas secuestradas y torturadas, entre otros delitos cometidos contra centenares de perseguidos políticos», sentencia ahora el Tribunal Federal Oral 1. Y la historia que los exponía genocidas y ladrones, da otro paso hacia adelante, para gritarles cagones.

Privados para siempre de toda liberación, ahora seguirán recibiendo socios en prisión. Pues bajo esa sombra que supieron tender más de 30 años atrás, 30 mil y muchos más sentenciaremos también a todos los civiles que coparticiparon activamente con los crímenes de lesa humanidad, incluyendo a todos esos legitimados por la industria de la televisión y los editoriales de La Nación.

Ni periodismo libre, ni periodismo militante. Militancia libre, libertad militante. Su peronismo para el socialismo y su faro cubano para el internacionalismo, convirtieron a Walsh en Redactor Jefe de La Garganta Poderosa. Pero cómo duele no tenerlo acá, gritando, ordenando y revisando esta condena histórica, que celebra la comprobación empírica de su regreso heroico, con Vicky, Alberto y Paco, para meterle un tiro en la sien al olvido y una pastilla de cianuro al vaso de la impunidad.

Nosotros, jóvenes de cualquier edad que sentimos su sangre corriendo en nuestras venas, cerramos el primer número de esta revista, varios años atrás, creyendo que no volverían, que la memoria sería el único consuelo para la verdad. Y no. Otra vez, los que soñaron pudieron más. No los desterraron: ¡ellos eligieron volver! Cultivaron la conciencia, infundieron el compromiso y nos empujaron 30 mil veces, hasta los tribunales cordobeses.

 

Quién pudiera ahora adjudicarse esta Victoria. O decir que Norberto Pedro Freyre no volvió. Que su vida se apagó. Que su muerte no alumbró. Que la flor se marchitó. Que el imperio lo vendió. Que la pluma lo borró. Que el periodismo lo perdió. Que la Carta se cerró. Que el futuro no llegó. ¡Cadena perpetua, hijos de mil ríos de sangre y la yuta padre que los parió!

Desde esa misma libertad de prensa que tan vagamente defienden, al verla correr desnuda por el mercado, La Garganta gritará para que devuelvan el libro que nos deben y para que avancen de inmediato los peritajes en el predio señalado por los testigos, hasta que aparezca el cuerpo de Walsh, porque sus restos somos todos y sus cenizas están acá, quemando, ardiendo, volando, entre uno y mil fumadores del capitalismo que, intoxicados de periodismo, restablecen su salud en el ejercicio del Rodolfismo. Pues acribillado, secuestrado y desaparecido, dejó mucho más que un legado y una Carta Abierta. Dejó una opción, que no acepta condición: la dignidad en la adversidad. Aunque sea costoso. Aunque sea doloroso. Aunque sea muerto.

En el tiempo transcurrido, hemos reflexionado sobre esa muerte. Nos hemos preguntado si el padre de Victoria, si todos los que mueren como él, tenían otro camino. La respuesta brota desde lo más profundo de nuestros corazones y queremos que nuestros amigos la conozcan. Su padre pudo elegir otros caminos que eran distintos sin ser deshonrosos, pero el que eligió era el más justo, el más generoso, el más razonado. Su lúcida muerte es una síntesis de su corta, hermosa vida. No vivió para él, vivió para otros, y esos otros somos millones. Su muerte sí, su muerte fue gloriosamente suya; en ese orgullo nos afirmamos y somos quienes renacemos de vos, Rodolfo.

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