16 agosto, 2016
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Soldaditos de plomo

Por Nelson Santacruz, comunicador de la asamblea poderosa de la Villa 21-24.

 

Hoy, nuestros niños de las villas están expectantes por la llegada de su día, que se celebrará el domingo próximo. Esperan un juguete o alguna golosina. Lo bello de nuestros barrios es esa interculturalidad donde tantas comidas, bailes, lenguas y costumbres se mezclan, pero donde también tantas cosas, como la historia, pueden diluirse y perder valor.

 

 

Estas líneas las escribo pensando en mi hermano, a quien esta mañana en la escuela le enseñaron el porqué de este fin de semana largo: “San Martín», le dirán, «héroe independentista de tres países a quien se homenajea por su paso a la inmortalidad”. No le quito valor a eso, para nada. Pero quiero decirle a él y a tantos chicos paraguayos que también hubo otros héroes, y que tenían su edad. Como ellos: lindos, con dientecitos caídos y juguetonas. Como ellos: sonrientes, pequeñitos e inocentes. Como ellos: niños y niñas que fueron masacrados en la República del Paraguay durante la Guerra de la Triple Alianza.

 

¿Por qué los paraguayos celebramos el día del niño hoy? Quizá no sea un porqué muy bello para contar a los chicos, pero quizá también sea un porqué muy valioso para explicar a los grandes.

 

Un país devastado y un imperio insaciable que sediento de poder exprimió a una de las grandes potencias del siglo XIX hasta dejarla sin nada. Los ingleses, me refiero, pues tanto los uruguayos, argentinos y brasileños eran solo lacayos que ponían los hombres mientras las armas las repartía la corona británica. Querían ver a Francisco Solano López caer, rendido. Pero Solano López no era solo él, era el pueblo que aún con sus caballos desnutridos, su escaso armamento y sus ríos llenos de cadáveres se plantó firme con ancianos sí, pero también con pibes de entre 6 a 13 años.

 

Uniformados por sus madres y con barbitas postizas, varios en su confusión quizá se imaginaban salir a jugar a los soldados. Un día como hoy, unos peques hicieron una columna de 3.500 cabecitas, héroes totales pero inconcientes. Uno, hoy, se pregunta qué corazón tendrían los pocos adultos que quedaron para enviar a esos chicos a enfrentar a 20 mil hombres experimentados. Sin embargo, una mamá de Acosta Ñu, allá por 1869 podría responder que para defender su patria y no entregarla, el pueblo paraguayo estaba dispuesto a todo y, que si no los mandaban, iban a ir por ellos de todos modos a eliminarlos sin piedad.

 

Imaginen, por favor, imaginen a los chicos en medio de una batalla llorando y pidiendo por sus vidas. Cierren los ojos y vean cómo soldados uruguayos, brasileños y argentinos ponían el cuchillo en un cuello delicado, mientras los ingleses daban la orden de cortar. Donde había heridos, aquellos tristes e improvisados hospitales, fueron mandados a quemar. Traten de visualizar a miles de mamás desesperadas, que desde sus casas corrían a luchar para luego de un día de combate caer al lado de sus retoños.

 

Querían eliminar nuestra patria, matando hasta a nuestros niños. No les bastó con quitarnos riquezas y tierras; fueron con todo. Pero si en este momento escribo estas líneas, es porque no lo lograron. Debilitaron a mi país, mas no lo pudieron aniquilar. Sigue en pie, luchando por salir de aquella crisis históricamente conocida como uno de los genocidios más grandes de Latinoamérica.

 

El próximo fin de semana, desde La Poderosa estaremos festejando el Día del Niño, buscando sonrisas. Ahí, muchos paraguayitos le demostraremos a los imperios que no pudieron. Y que cada día somos más los que seguimos dando pelea. 

 

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