3 mayo, 2016
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Hijos de la misma agonía

Remando por la pendiente del mercado, braceando contra un Estado violento y pataleando contra la corriente del silenciamiento, hay una cabeza acechando a la naturaleza por encima de la comunicación y el circuito del show: ¡No habrá inundación que acalle el grito de Bou! Una embarazada alzando su vientre y un padre cargando sobre su calvicie a los críos, sacaron a la superficie el mejor jugador de Entre Ríos, un número 9 que suele alternar entre concentraciones y descargar esos camiones para la ayuda social, que necesitan muchos de sus familiares en el Litoral. Pues el resto de la población no llega a las revistas y la televisión sigue teniendo corta la vista, cuando se trata de evaluar inversiones en una lujosa Costanera, como si no estuvieran hundidas las rodillas de la cultura villera. ¿Cómo olvidar entonces ese abrazo del campeón con su pensión? Traía varias cajas de alfajores. Y una más grande, con la Libertadores. A puro grito y sin subirse a ningún atril, el delantero se volvió defensor del Gauchito Gil, “de los buenos y devotos”, desde “que sólo tenía un par de botines rotos”. Y entonces no hizo falta presentación, para copar una avenida de natación, sin antiparras, ni patas de rana, soltando las amarras de la prensa marciana para zambullirse en las aguas de la hipocresía, donde nunca jamás en la vida se derramó la economía. Evacuados por las subas de la historia, ahogados por las bajas de la memoria e inflados por la potencia del grandote, tarde o temprano, ¡nuestra resistencia saldrá a flote!

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