20 junio, 2014
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¡Arriba de la moto!

La Rocinha, 860.000 metros cuadrados de pasión, a las sombras de la televisión.Al perfil de Brasil que se cuenta en los noticieros, mientras los movileros se clavan una caipirinha, le faltan por lo menos 260 mil villeros que viven en La Rocinha, donde el problema del transporte implica un debate profundo, porque más allá de cualquier recorte, se trata de la villa más grande del mundo. Todos los días y todas las noches, privados de vías y casi sin coches, los vecinos se las ingenian para ir a trabajar buscando algún modo creativo de viajar, puesto que no hay bondis que esperar y no por una cuestión de costos, sino por esos pasillos angostos que impiden la circulación segura de los medios tradicionales, mientras la desesperación inaugura cientos de peatonales. Sin ambulancia, ni colectivo, la última instancia se volvió un paliativo barrial para los brasileros que encontraron una salida laboral como motoqueros, tunenado sus motos para hacerse tacheros o tacheras, gracias a la desgracia de no tener escaleras. Obligados a ver rendir cada ahorro, no queda mucho por hacer cuando hay que subir al morro, donde tampoco llega el camión atmosférico. Y ni siquiera hay teleférico. ¿Qué, mi plata no cuenta? Cada viaje interno vale 2.50, pero no es tan barato como parece, en pesos cerca de 13, ya que sólo se puede llevar a un pasajero por movilidad, siempre mayor a los 8 años de edad. Pues culminado el proceso de “pacificación”, ahora todos los mototaxis exhiben su identificación, en la espalda, en el casco y en la patente: hay 1300 motos, para toda esa gente. Pero los choferes están al horno si sufren un accidente o si algo les sale mal, porque todavía no cuentan con ninguna obra social. Desde esa necesidad, hace meses cobraron visibilidad con una tremenda caravana que hicieron hasta el Palacio de Guarabana, donde convocaron a todos los canales, para exigir mejoras laborales. Iluminados por la locura verdeamarelha, reclamaron que los dejaran laburar afuera de la favela, como un modo de evitar el abismo, surfeando las olas del turismo. ¿Qué pasó? Nadie los escuchó, y entonces muchos abandonaron la actividad, empeorando aun más los problemas de movilidad. A las buenas de dios, la mayoría sigue laburando de 6 a 22, para ganar cerca de 100 reales, que para colmo de males se evaporan como humo, sin llegar a cubrir el costo de vida: a lo sumo les alcanza para comprar la comida. ¿Y el Mundial? ¿Todo mal? Para nada, la favela está desvelada, a la espera de ese gran sueño que hasta ahora no le han roto… ¡Acá nadie se baja de la moto!

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