19 abril, 2010
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Cazador americano

Cazador americano.Ilusos han sido quienes creyeron que podían arrancar a culatazos las palabras de la historia. Malditos son aquellos que han hecho arder hogueras de libros, por no poder deleitarse con la belleza de un amanecer. Descarados fueron quienes pretendieron amordazar gritos de libertad con retazos de cobardía. Imperdonables siempre serán los que hayan aceptado como deber el entierro de lápices, puños y banderas para reorganizar una nación. Innombrables han de ser los que encapucharon amantes por no haber sido nunca capaces de amar. Enfermos los que intentaron exterminar, como a un virus, las ideas ajenas.

Éste es mi lugar de combate y de aquí no me moverán” es el mensaje que algún conocedor del latín podría haber leído en el cartel colgado sobre el escritorio de Haroldo Conti, la madrugada de su secuestro. Ese 5 de mayo de 1976, ya hacía rato que el escritor, periodista y mucho más, había elegido la pluma como arma predilecta, sin ocultar jamás su admiración por el pueblo cubano y su revolución, en épocas en que el terrorismo de estado hacía sus primeras apariciones: “Nosotros los pensamos casi a diario y necesitamos repetirnos constantemente que Cuba está ahí, en nuestra misma América, y que hay una porción de tierra liberada y ahí están nuestros hermanos” escribía en una carta a su amigo y compañero Roberto Fernández Retamar. Mascaró, el cazador americano fue la novela de Conti que rebalsó el vaso de la intolerancia castrense, que rápidamente decretaría que la brigada del Batallón 601 de Inteligencia del Ejército Argentino desapareciera al escritor en tiempo y forma de su propia casa, mientras su compañera Marta presenciaba el operativo maniatada y con su cabeza cubierta de ropa y de golpes.

Cazador americano.Ni eso fue suficiente para callar su espíritu revolucionario, el mismo que hoy sigue renaciendo en cada uno de sus escritos, desde las historias que escribía para hacer memoria: “Creo que toda mi obra es una obsesiva lucha contra el tiempo, contra el olvido de los seres y las cosas”. Fue también esa búsqueda la que le hizo creer siempre en la capacidad de luchar con lo que mejor hacía, para cambiar lo que más le dolía. Desde su trinchera periodística en la revista Crisis, mamó junto a un compañero envidiable la idea de que esa lucha no tenía por qué esquivar la belleza: “Creo, con Galeano, que nuestra suprema obligación es hacer las cosas más bellas que las de los demás…sobre todo, que lo que las puede hacer el adversario. Pero aun haciendo belleza creo que podemos hacer una literatura política. Lo político emergerá con naturalidad, no como una cosa impuesta”. Contra lo impuesto también se rebeló ya de muy joven, abandonando el Seminario Católico a poco de finalizarlo; pero su rebeldía no se conformó con la escritura e incursionó en el cine como herramienta de construcción. Por sus obras recibió distintos premios, y por sus convicciones, será eternamente presente.

Walsh, Conti, Oesterheld, Urondo.La inmortalidad de Haroldo Conti no deja de hablar. Y nunca se dará el lujo de callar porque siempre estará acá para recordarnos una y treinta mil veces que la estrechez de la uniformidad uniformada, nunca les permitió ni les permitirá a sus responsables lamerse las llagas ardientes causadas por cada Oesterheld, cada Urondo, cada Walsh, cada Conti, a su violencia ulcerosa. Porque por esas heridas que han llegado hasta las mismísimas venas de América Latina, se cuela el camino surcado por militantes que, desde el dibujo, el verso o la prosa, fueron ejemplo de coherencia, en cada pensamiento, palabra o acción en que pudieron demostrarlo.

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