1 abril, 2009
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Humanos, sin más títulos que ése

 

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La Poderosa avanza por un camino de transformación, descubriendo la inutilidad del odio y reivindicando valores tan simples y tan complejos como la unión, la libertad o la diversidad cultural, ideológica, religiosa, política.
Sin la intención de establecer ningún lineamiento partidario, desde la tierra de Salvador Allende, donde regresamos 57 años después del paso de La Poderosa con Granado y el Che, compartimos ahora un texto de Pablo Neruda, que forma parte de su libro de memorias Confieso que he vivido. Camino a esa gran ternura, a esa amabilidad duradera que se percibe tan nítida en la cotidianeidad del pueblo cubano y que construye la gran mayoría, la única mayoría, todos, se enlaza la infinita mancomunión humana, capaz de hablar, leer, escuchar, florecer.

POESÍA Y POLICÍA   

Una vez en Isla Negra nos dijo la muchacha: «Señora, don Pablo, estoy encinta». Luego tuvo un niño. Nunca supimos quién era el padre. A ella no le importaba. Lo que sí le importaba era que Matilde y yo fuéramos padrinos de la criatura. Pero no se pudo. No pudimos. La iglesia más cercana está en El Tabo, un pueblecito sonriente donde le ponemos bencina a la camioneta. El cura se erizó como un puerco espín. «Un padrino comunista? Jamás. Neruda no entrará por esa puerta ni aunque lleve en sus brazos a tu niño». La muchacha volvió a sus escobas en la casa, cabizbaja. No comprendía.

En otra ocasión vi sufrir a don Asterio. Es un viejo relojero. Ya tiene muchos años; es el mejor cronometrista de Valparaíso. Compone todos los cronómetros de la Armada. Su mujer se moría. Su vieja compañera. Cincuenta años de matrimonio. Pensé que debía escribir algo sobre él. Algo que lo consolara un poco en tan grande aflicción. Que pudiera leerlo a su esposa agonizante. Así lo pensé. No sé si tenía razón. Escribí el poema. Puse en él mi admiración y mi emoción por el artesano y su artesanía. Por aquella vida tan pura entre todos los tic-tacs de los viejos relojes. Sarita Vial lo llevó al periódico. Se llama La Unión este periódico. Lo dirigía un señor Pascal. El señor Pascal es sacerdote. No quiso publicarlo. No se publicaría el poema. Neruda, su autor, es un comunista excomulgado. No quiso. Se murió la señora. La vieja compañera de don Asterio. El sacerdote no publicó el poema. 

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Yo quiero vivir en un mundo sin excomulgados. No excomulgaré a nadie. No le diría mañana a ese sacerdote: «No puede usted bautizar a nadie porque es anticomunista». No le diría al otro: «No publicaré su poema, su creación, porque usted es anticomunista». Quiero vivir en un mundo en que los seres sean solamente humanos, sin más títulos que ése, sin darse en la cabeza con una regla, con una palabra, con una etiqueta. Quiero que se pueda entrar a todas las iglesias, a todas las imprentas. Quiero que no esperen a nadie nunca más a la puerta de la alcaldía para detenerlo y expulsarlo. Quiero que todos entren y salgan del Palacio Municipal, sonrientes. No quiero que nadie escape en góndola, que nadie sea perseguido en motocicleta. Quiero que la gran mayoría, la única mayoría, todos, puedan hablar, leer, escuchar, florecer. No entendí nunca la lucha sino para que ésta termine. No entendí nunca el rigor, sino para que el rigor no exista. He tomado un camino porque creo que ese camino nos lleva a todos a esa amabilidad duradera. Lucho por esa bondad ubicua, extensa, inexhaustible. De tantos encuentros entre mi poesía y la policía, de todos estos episodios y de otros que no contaré por repetidos, y de otros que a mí no me pasaron, sino a muchos que ya no podrán contarlo, me queda sin embargo una fe absoluta en el destino humano, una convicción cada vez más consciente de que nos acercamos a una gran ternura. Escribo conociendo que sobre nuestras cabezas, sobre todas las cabezas, existe el peligro de la bomba, de la catástrofe nuclear que no dejaría nadie ni nada sobre la tierra. Pues bien, esto no altera mi esperanza. En este minuto crítico, en este parpadeo de agonía, sabemos que entrará la luz definitiva por los ojos entreabiertos. Nos entenderemos todos. Progresaremos juntos. Y esta esperanza es irrevocable.

 Pablo Neruda

 

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